lunes, 30 de abril de 2007

Cuentos de amor

"el Davis - Encuentros"





Camina a paso lento por los pasillos del castillo, a través de las sombras ondeantes que se esconden de las antorchas...
Su mirada le guía por los corredores en penumbra pero sus párpados poco a poco, van cediendo al inevitable yugo del sueño... y, sin saber cómo, se encuentra en la sala de armas...
Allá tiene ante ella una estancia plagada de recuerdos, y, sin darse cuenta, se encuentra viajando a través de ellos...

Le tiene ante sí, a orillas de un lago escondido en el interior de un denso bosque de hayas. Comienza el otoño y los colores se pasean de árbol en árbol, en una danza mágica que los viste de amarillos y verdes, de marrones y rojos... de naranjas, una representación que acompaña a esa suave brisa que les acaricia las caras... dándole al lugar un ambiente fascinante, y en el que todo parece posible.

Se tumban en la hierba de la orilla. Ella apoya la cabeza en su pecho mientras él le acaricia.
Sus manos son grandes pero suaves y le recorren el rostro con una delicadeza que le cautiva... recorren su cuello y su barbilla hasta llegar a los labios, que los rodea para seguir subiendo hasta los ojos... viajan por sus párpados y sus cejas para acabar de nuevo en la boca...
Ella siente un escalofrío que le cruza la espalda hacia arriba hasta llegar a la nuca, que es donde ahora pasean los dedos de su amado.

El sol les observa a través de las copas de los árboles como intentando no romper ese momento con su presencia, escondiéndose poco a poco a través del follaje...
Fue su primer encuentro a solas y en el que se descubrieron el uno al otro...
Le alegra comprobar que sus recuerdos todavía son capaces de sentir esos dedos fuertes en contacto con su piel...

Ya de regreso continua hasta su alcoba. Se acuesta junto a él intentando no despertarle. Él está allí, dormido y con el rostro ya gastado por los años... le acaricia el cuello y le besa la frente... recordando todos esos años que han pasado juntos, en los que no ha faltado uno solo en el que no se tumbaran en aquel lugar especial y se acariciasen, se abrazasen... se amasen...

Cuentos de pérdida

"Rene Aubry - Signes"




Es tarde, la luna se asoma tímidamente por la pequeña ventana que da a la calle... apenas es una ligera muesca brillante en aquel manto negro agujereado por multitud de impasibles destellos... como si le estuvieran observando con tristeza...

Cada noche Germán busca la luz que le da aquel pequeño agujero que le separa de las gentes, de las calles... de la vida... solo en aquel momento de cada día tiene la ocasión de asomarse al mundo.

De día le tienen confinado en un cuarto sin ventanas... vacío... sentado en una incómoda silla y ante una pequeña mesa en la que no caben más que un cuaderno y sus antebrazos. Allá muere Germán cada día, mientras sus sueños y recuerdos se le escapan directos al papel.

Hoy se siente más pequeño, diminuto... la mesa le parece más grande, y el cuarto más amplio... más vacío...
No recuerda desde cuándo está allí, ni cuándo fue la última vez que comió o bebió, de hecho no recuerda haber dormido últimamente... ni haber visto a alguien en días...
Mira a su alrededor y no ve puertas... ni la luna...
De repente nota un profundo frío que le recorre el cuerpo... siente cómo las venas le palpitan más rápido y más fuerte, como si le acompañase una orquesta de timbales en el momento álgido de la representación.
Busca por las paredes asegurándose con las manos por si la vista no le responde, pero solo toca frío... una superficie yerma que no da respuestas... y se desploma en la silla...

En la mesa algo le llama la atención. El cuaderno parece que tenga luz propia... pero solo la parte escrita... el resto... oscuridad...
Con miedo acerca la silla al escritorio y se dispone a retroceder en su relato...
La luz le ciega por momentos, pero al instante sus ojos ya han recuperado su capacidad y se asombra de nuevo, pues, frente al escritorio ve de nuevo la luna por aquel pequeño agujero que le separaba del mundo y que ahora siente como su único punto de conexión con la vida...

Tarda unos minutos en reaccionar, mientras va notando que el cuaderno quiere retroceder más y más, y las hojas comienzan a pasar hacia atrás como si una certera ráfaga de aire hubiera entrado a socorrerle por aquel hueco...
Atónito ve como el hueco va creciendo por momentos, y, al otro lado ve una casa... ve luz... ve vida...
El viento ha parado... se encuentra al principio del cuaderno, pero ahora la luz viene de la casa...
Intenta respirar pero no encuentra cómo, las piernas no le responden, y el recinto en el que se encuentra dista mucho de lo que cree que recuerda...
La luz de la casa ilumina el escaso espacio al que ahora pertenece mientras nota que el aire no llega. La vista empieza a nublársele cuando nota ahora que va perdiendo el equilibrio a la vez que la vida...
Cae con la cabeza junto al hueco y nota que el aire allí le seca los ojos, y le hiela los pulmones al circular de nuevo por ellos.
Consigue moverse un poco y, como puede, logra abandonar su cárcel.

Ahora se encuentra sentado en el suelo de una sala amplia y bien iluminada... reconoce el mobiliario y sabe que está en su casa... y, poco a poco, va recordando...
Recoge el teléfono del suelo y observa la foto de la pared en la que ve a Lorena...

Sabe que no habrá otra, pues sería incapaz de soportar de nuevo ésa sensación de vacío, de angustia... de perder lo único que te mantiene vivo...

jueves, 26 de abril de 2007

Cuentos de descubrimiento

"Rene Aubry - La Grande Cascade"






Tengo prisa pero no sé por qué. Quiero llegar rápido a mi destino y aislarme en mis quehaceres. Por suerte está bien cerca el mercado uno de mi cuarto. Pregunto en los puestos por un mosquitero y lo encuentro rápido... 18 soles...

Vuelvo a mi cuarto y leo... leer me evade de estar acá... me cae bien Miguel... quiere encontrar su sitio, pero no sabe ni hacia adonde se dirige.

Me doy una vuelta por el puerto bajo la atenta y penetrante mirada de las gentes, que te ofertan helados y cigarrillos. Hace un calor pegajoso y húmedo... como ayer... como mañana...

En la esquina de mi calle se reúnen a diario tres o cuatro perros... hay una hembra blanca que parece que nunca más podrá tener cachorros, y un macho al que le falta medio hocico, supongo que alguien simplemente se lo quitó de un machetazo, pero acá la vida se esfuerza en salir adelante... todo el día paran rascándose en uno y otro sitio.

Almuerzo a menudo en un restaurante chifa en el que ya me conocen. Siempre me dan un caramelo con el cambio en el que no se puede determinar dónde acaba el papel y donde empieza lo comestible... son buena gente...

En la juguería en la que desayuno he descubierto que hay una sala más allá del patio interior por si se les llenan las mesas... pero se desayuna rápido, jugo y pan con carne... y tras la yapa continuas tu camino.

Entro en internet a diario... todos los días... varias horas. Es un puente a mi realidad... a mi otra realidad... y no me quiero desligar de ella.
Siempre tengo cosas que hacer en la computadora... si no es en el blog es pasando algún relato, o eligiendo música... y también hay tiempo para hablar, aunque a veces no apetece ni eso. Hay días que preferirías pasar inadvertido, como cuando estás “no conectado” en el Messenger... viendo entrar y salir contactos de la lista sin que reparen en ti aparentemente... así me gustaría pasear por las calles de esta ciudad, sin que reparen en mi... y abrir tranquilamente la puerta de tu departamento para ir a dormir hasta el día siguiente...

Ahora tengo un amigo con el que hablo a diario. Él trabaja, pero todas las tardes se acerca a mi calle y nos pasamos las horas charlando sentados en su mototaxi hablando de muchas cosas... de la vaca, de la música, de los problemas, de chicas... cada uno con sus quebraderos sentimentales...

Con el paso de los días se te van ocurriendo cosas que hacer, para lo que tienes que investigar sitios nuevos y preguntar a la gente por tal cosa o por esta otra... y los días siguen pasando...

Un día te cruzas con la dueña del chifa y te saluda... también saludas al vendedor de telas que te vendió la guitarra... y a la del puesto de prensa... y, te das cuenta que, poco a poco, vas formando parte de la calle en la que vives...

Cuentos de tristeza

"Rene Aubry - La Petite Cascade"





Ayer me imaginé que era patrón. De uno de aquellos botes que pasan por mi río… luchando a veces contra esas aguas densas y sorteando troncos y ramas que acompañan indiferentes ese cambiante trazo que dibuja el Ucayali por la selva.

Después lo pensé mejor... prefería ser el dueño de una compañía de transportes fluvial, y navegar en mis lanchas cuando quisiera, sin tener que preocuparme por esos bultos flotantes que en épocas secas van quedando varados en las imprevisibles playas que se forman todos los años en verano. Recorrería mi río cuando quisiera y cada día con una motonave distinta... motonaves de fierro muy grandes pintadas de verde selva y decoradas con el dibujo de una gran ceiba, una ceiba de tronco liso y muy alto, y, al lado, el río con la motonave pintada de verde selva...
...aunque podría ser aburrido... mejor sería ser rico... y cuando quisiera alquilaría una motonave de fierro... y cuando no, una avioneta, y surcaría el río por encima de los árboles, y de las nubes... vería esa serpiente que año tras año cambia de forma... a la que no se le oponen ni los árboles, pues, si es necesario los tumba poco a poco... ablandando la tierra sobre la que reposan con paciencia y sin prisas, y, lentamente, hacerlos caer hasta convertirlos en esos bultos flotantes que le acompañan.
No sé por qué dicen que los ricos no disfrutan del dinero que tienen... yo haría cantidad de cosas... me compraría una casa enorme entre los árboles de mis tierras, y tendría criados que me traerían la comida... me lavarían a diario y no tendría este color marrón tierra en el cuerpo...

De todas formas, creo que todo eso va a ser imposible, ya que seguiré siendo un simple oso... de largas garras y cara redonda y plana, de pelo pardo grisáceo... un simple oso que nunca podrá ver más allá de su grupo de árboles en los que habita... un oso muy lento, tan lento que moriría si ardiesen sus troncos... y tan perezoso que nunca será nada más que un oso...

Cuentos de alegria

"Andrea Guerra - La Finestra di Fronte"






Jorge la mira a diario. No sabe cómo, pero siempre se la encuentra en todas partes... no la busca... no le hace falta...
No sé si ella se da cuenta, pero él piensa que sí, y es feliz.

En el parque la ve jugar con sus amigas mientras él juega a la trompa. Él y sus amigos cambian las puntas por clavos afilados para intentar partir las trompas de los otros al toque. Tienen una zona de batalla en la que no caben los amigos, es como sumergirse en una dimensión controlada por la ambición y las ganas de ganar la batalla a toda costa. Solo allí, en aquel coliseo, se olvidaba de Cintia, y de su larga melena negra.

A veces intenta imaginársela con dos trenzas largas a los lados, como las chicas de la sierra que vio la vez que fueron a visitar a la tía Margarita a Ecuador. Le gustaban esas chicas, tenían algo que las hacía diferentes.
En Lima a las chicas no se les ve de esa manera, pero Cintia es especial.

En el colegio muchas veces se cruzan en los cambios de clases. Jorge está ya terminando primaria, y Cintia ya cursa secundaria, pero eso a él no le importa. Disfruta viéndola reír con sus amigas.

Un día en el patio hasta llegaron a cruzarse sus miradas. Jorge notó cómo esa dulce y negra mirada le atraía más y más hacia ella... como los imanes de polos opuestos... sin poder cerrar sus vidriosos ojos por la emoción... hasta creyó verla sonreírle...

Pensó que ella sentía lo mismo que él, y que un día de éstos hablaría con ella. Se fue a casa imaginando un encuentro con ella...
Ésa noche durmió muy nervioso... y feliz... pensando que al día siguiente le diría algo...

Cuentos de escucha

"Funkadelic - Maggot Brain"






Walahari está encaramado a un árbol muy quieto. Intenta no respirar demasiado para no hacer mucho ruido. Observa atento los alrededores de su ceiba.
Sabe que en cualquier momento puede encontrarse en el camino de una hormiga bala que recorre el tronco al acecho... pero lo que espera es más importante que eso. Está dispuesto a soportar un aguijonazo de su casera por conseguir lo que puede convertirle en un nuevo cazador de la aldea.
Bajo su escondite ha construido una trampa para cazar huanganas, los jabalíes de la selva.

Días atrás, y con la única herramienta que una rama acabada en punta hizo un agujero durante un par de días, en el que entra a duras penas una huangana. Cubierto de ramas y hojas es el primer paso para la caza del animal.
A diario trepa a la ceiba para esperar pacientemente la llegada de su presa con la lanza en una mano y preparado para el ataque...

Hoy lleva ya dos horas de atenta espera cuando saborea en el ambiente el característico olor a almizcle de las huanganas. Éste puede ser su día.
Pasa otra hora escuchando a varios ejemplares catando el suelo de la selva con sus colmillos en busca de presas. Mientras tiene ya a la vista a dos grandes ejemplares merodeando por los alrededores de la ceiba nota un cosquilleo por el pie, y, tras mover ligeramente la pierna para espantar al inoportuno insecto siente el tremendo aguijón atravesándole la planta del pie derecho. Walahari sabe que si hace algún movimiento sus posibilidades de convertirse en un cazador jíbaro pasarán de largo hasta no sabe cuándo. Aguanta como puede el fuerte dolor y espera...
El enorme animal está a punto de pisar los restos de hojas que esconden su triste destino... el joven está ansioso, está a punto de conseguir su más ansiado deseo... espera un poco más... la huangana pierde el equilibrio en el borde del hoyo y Walahari sabe que es el momento... ahora o se escapará...
Se impulsa como puede con el pie izquierdo, pues su deformado compañero le arde de dolor, para volar sobre su presa con la lanza en la mano directa al cuello del animal. El animal se resiste, pero la lanza le atraviesa el cuello de parte a parte... Walahari se aparta hasta que el jabalí cae exhausto... lo ha conseguido, por fin podrá contarle a sus padres que ya es todo un guerrero y que podrá salir de caza con los demás adultos de la aldea...
Rápidamente improvisa una camilla con seis ramas y unas cuantas lianas y, con gran esfuerzo y casi sin poder apoyar su enrojecido pie, arrastra como puede su trofeo de al menos 50 kilos hasta el poblado.
Al acercarse a su choza nota algo extraño en el ambiente... escruta el aire como si viera esas sensaciones con la vista, y, a un par de chozas ve a Ushicuna acurrucada en el suelo y llorando en silencio...
Le contó que Urubutú había muerto en la lucha de ayer con los huambisas. Su padre ya no le protegería ni le traería alimentos a partir de ahora...
Allá pasó toda la noche con ella, escuchando sus palabras... dándole su apoyo...
... su historia de cazadores podría esperar...